Todo empieza en un punto. El cursor se detiene y deja una marca en la pantalla. Desplazado rápidamente, vuelve a dejar una huella diminuta: ambas señales constituyen los límites de una línea, la primera línea que rasga la superficie.
El cursor imprime un punto; pero éste no se inscribe como una sombra imperceptible, un círculo infinitamente concentrado que trata de ocupar la menor superficie posible; antes bien, el cursor desplaza dos cortas líneas delgadas que se cortan en ángulo recto. En el cruce de éstas se halla el punto. Éste, por tanto, se materializa gracias a la intersección de dos líneas rectas. El punto es un cruce. Del mismo modo, el arquitecto que dibuja con un instrumento manual no clava la punta del lápiz, la pluma o el compás en el papel sino que, ayudado por una escuadra y un cartabón, traza dos someras líneas idénticas a las que aparecen en la pantalla y que definen o materializan un punto. Las líneas en cruz visualizan y determinan la posición del punto, del punto de inicio del proyecto. En los orígenes está el punto.
Pedro Azara
Castillos en el aire. Mitos y arquitectura en Occidente.
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